La diferencia que cambia todo
Podríamos pensar que nuestro trabajo es enseñar a pasar, controlar, disparar o posicionarse.
Pero eso es solo una pequeña parte.
Porque no somos solo entrenadores. Somos formadores.
Y esta diferencia lo cambia todo.
Porque nos coloca en un lugar más grande, más profundo y más humano.
Un lugar donde la técnica importa, sí. Pero donde las personas importan aún más.
Acompañar en el crecimiento, dentro y fuera del campo
Cada vez que un jugador entra al vestuario, trae consigo mucho más que sus botas.
Trae sus miedos, sus ilusiones, su día en el colegio, su situación familiar, su autoestima.
Y ahí estás tú.
No para juzgar.
No para exigir sin sentido.
Sino para acompañar su crecimiento.
Para formar parte de su historia. Para guiarle mientras aprende no solo a jugar… sino a vivir mejor.
Entrenar es un acto de amor
Puede sonar cursi.
Pero es real.
Entrenar es un acto de amor.
Porque amar lo que haces significa implicarte.
Significa dar incluso cuando estás cansado.
Significa corregir con respeto, escuchar con paciencia y celebrar con honestidad.
La triple responsabilidad del formador
1️⃣ Enseñar el juego
2️⃣ Entender al jugador
3️⃣ Elevar a la persona
No todos los entrenadores aceptan esta responsabilidad.
Pero los buenos formadores sí.
Porque saben que su impacto va mucho más allá del marcador del domingo.
¿Qué quieres dejar como legado?
Pregúntatelo.
Porque al final del día, tu legado no serán los títulos.
Será la huella que dejaste en cada jugador.
En cómo les hiciste sentir. En lo que les enseñaste sobre la vida. En cómo aprendieron a confiar gracias a ti.
Y eso, amigos míos, sí que vale la pena.
Si tú también quieres formar jugadores desde el alma, escríbeme por privado en @aprende.entrenando y te acompaño a convertirte en ese referente que tus jugadores necesitan.