Uno de los mayores desafíos en el fútbol base es gestionar un equipo con jugadores de niveles muy distintos. Esta situación, frecuente en la mayoría de clubes, obliga al entrenador a tomar decisiones que no siempre son cómodas, pero sí determinantes para el crecimiento del grupo. La clave está en mantener el equilibrio entre la formación, la inclusión y la exigencia individual.
¿Por qué se produce esta diferencia de niveles?
En el fútbol base, las diferencias suelen venir por múltiples factores: experiencias previas, maduración física, nivel de atención, motivación intrínseca, capacidad de aprendizaje, apoyo familiar, etc. Desde la pedagogía del desarrollo, sabemos que cada niño avanza a su propio ritmo, y que el talento no es una línea recta.
Además, según estudios en neurociencia del aprendizaje motor (Ericsson, 2007), el nivel actual de un jugador no predice su nivel futuro, siempre que exista un entorno de práctica deliberada y estímulo positivo. Por tanto, tu rol como entrenador no es premiar al más “bueno”, sino construir oportunidades para que todos crezcan.
Errores comunes al gestionar equipos desiguales
- 1. Centrar los entrenos en los mejores: esto puede generar frustración y abandono en quienes necesitan más apoyo.
- 2. Igualar todo por abajo: reducir la exigencia para que nadie se frustre también es una forma de abandono formativo.
- 3. Aislar al que destaca: es un error pensar que el más avanzado ya no necesita guía. También necesita retos y reconocimiento.
Estrategias pedagógicas para equilibrar el grupo
Desde la pedagogía del aprendizaje significativo (Ausubel, 1963), sabemos que el conocimiento se construye cuando el contenido se conecta con lo que el jugador ya sabe y puede hacer. Por eso, los siguientes enfoques pueden ayudarte:
- Microgrupos dentro del equipo: divide tareas según niveles y objetivos, para mantener a todos implicados sin descolgar a nadie.
- Roles rotativos: permite que los jugadores con más nivel asuman funciones de liderazgo (guiar tareas, dar feedback, etc.), lo que fortalece su comprensión y responsabilidad.
- Objetivos individuales dentro del ejercicio: aunque el ejercicio sea el mismo, el foco no tiene por qué serlo. Uno puede centrarse en la orientación corporal, otro en la toma de decisión.
La importancia de la motivación interna
La teoría de la autodeterminación (Deci y Ryan, 2000) sostiene que las personas aprenden y rinden mejor cuando sienten autonomía, competencia y pertenencia. Si un jugador percibe que “juega por jugar” pero no mejora, su motivación caerá. Igual que si siente que nunca llega al nivel de los demás.
Tu tarea es mantener esos tres pilares activos:
- Autonomía: deja espacios para decidir y explorar dentro del ejercicio.
- Competencia: hazles sentir que avanzan, aunque sea poco a poco. Reconoce su progreso.
- Pertenencia: refuerza que todos son valiosos en el equipo, no solo los que marcan goles o regatean bien.
Gestionar emocionalmente la desigualdad
La desigualdad también afecta al clima emocional del equipo. Algunos se frustran, otros se relajan. Y tú, como entrenador, puedes sentirte desbordado. Aquí entra el concepto de coherencia emocional (Goleman, 1995): si tú muestras ecuanimidad, autocontrol y presencia, transmites seguridad. Pero si te centras solo en los que van “bien” o te desesperas con los que van “mal”, tu energía educa desconfianza.
Educar es acompañar. Y en el fútbol base, acompañar a todos es una forma de justicia formativa.
Conclusión
Gestionar un equipo con diferentes niveles es un reto que va mucho más allá del campo. Es una prueba de tu enfoque pedagógico, tu madurez emocional y tu compromiso con la formación. No es fácil, pero tampoco imposible. Con planificación, empatía y herramientas científicas, puedes convertir esa diversidad en una riqueza.
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