La toma de decisiones es una de las habilidades más complejas y determinantes en el fútbol base. No se trata solo de elegir entre pasar o chutar, sino de leer el juego, anticiparse, adaptarse y ejecutar en tiempo real. Y todo esto en cuestión de segundos.
Muchos entrenadores se desesperan al ver que sus jugadores no toman “la decisión correcta”, pero pocas veces nos detenemos a preguntarnos: ¿les hemos enseñado realmente a decidir? Porque, como cualquier otra habilidad, la toma de decisiones también se entrena.
1. Fundamento neurocientífico: decisiones bajo presión
En el cerebro, la toma de decisiones se procesa principalmente en la corteza prefrontal dorsolateral, encargada del razonamiento lógico y la evaluación de opciones. Pero en situaciones de presión, la amígdala y el sistema límbico —centros emocionales— entran en juego, influyendo directamente en la rapidez y calidad de las decisiones.
Esto significa que, cuando un niño está nervioso, con miedo al error o saturado de estímulos, es muy difícil que tome buenas decisiones. Por eso, entrenar esta capacidad exige tanto estímulo cognitivo como gestión emocional.
2. El error como parte del aprendizaje
Desde la pedagogía constructivista (Piaget, Vygotsky), se sabe que el error no es solo inevitable, sino necesario para el desarrollo del pensamiento autónomo. En el fútbol, esto se traduce en permitir que los jugadores tomen decisiones, incluso si se equivocan, para que construyan sus propios criterios.
Si solo damos órdenes (“pásala”, “abre”, “tira”), los jugadores se convierten en reproductores de consignas, no en pensadores del juego. Y cuando llega el momento de decidir solos, se bloquean.
3. Diseñar tareas que obliguen a pensar
Uno de los grandes errores en los entrenamientos de fútbol base es caer en ejercicios automatizados que apenas exigen procesamiento. Si queremos formar jugadores inteligentes, necesitamos entrenamientos que inviten a la toma de decisiones constantemente.
Algunas ideas clave:
- Ejercicios con incertidumbre: No decir qué hacer, sino proponer contextos abiertos que requieran elegir.
- Condiciones cambiantes: Modificar reglas en mitad de la tarea obliga a adaptarse y decidir.
- Ventajas y desventajas numéricas: Obligan a priorizar, a identificar espacios o gestionar la presión.
- Espacios reducidos con múltiples opciones: Favorecen la velocidad de pensamiento y la lectura rápida del juego.
4. La percepción: la antesala de la decisión
Antes de decidir, hay que ver y entender. La percepción visual, espacial y social es la base de toda buena elección. De hecho, según Jordi Fernández (Barcelona Innovation Hub), más del 80% de una buena decisión depende de la calidad de la percepción previa.
Por eso, hay que entrenar también el “mirar antes de recibir”, la orientación corporal, el escaneo del espacio y la escucha activa entre compañeros. La buena decisión nace de una percepción rica, amplia y rápida.
5. Crear un entorno que favorezca la autonomía
En lugar de corregir cada error al momento, podemos usar preguntas del tipo:
- “¿Qué otra opción tenías en ese momento?”
- “¿Qué hizo tu compañero para ayudarte?”
- “¿Qué cambiarías si te encontrases otra vez en esa situación?”
Estas preguntas ayudan al jugador a reflexionar, interiorizar y mejorar su criterio. La clave no es que sepa la respuesta correcta, sino que entienda el proceso por el cual llegó a una decisión.
Conclusión
Mejorar la toma de decisiones en el fútbol base no es solo cuestión de talento o de experiencia acumulada. Es una capacidad que se puede enseñar, entrenar y desarrollar desde edades tempranas si se cuenta con un enfoque pedagógico adecuado, respaldado por lo que nos dice la neurociencia y la ciencia del aprendizaje.
Si formamos jugadores que piensan, que perciben, que entienden y que eligen con criterio, estaremos formando algo más que futbolistas: estaremos formando mentes preparadas para la vida.
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