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Cómo motivar a tus jugadores sin caer en la sobreexigencia

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Como coach de entrenadores de fútbol, una de las lecciones más importantes que he aprendido es esta: si tú eres siempre el motor del equipo, estás apagando los motores internos de tus jugadores.

Y esa frase, aunque suena fuerte, la he visto muchas veces.

He visto cómo un equipo puede transformarse cuando los jugadores empiezan a pedirse el balón, a corregirse entre ellos, a tomar responsabilidad y a sentirse protagonistas del juego.


Cuando la motivación del equipo depende solo de ti

Pero también he vivido la otra cara.

Partidos en los que he acabado sin voz, agotado, nervioso, dando una charla en el vestuario mientras mi cuerpo me pedía parar.

Y me hacía esta pregunta:

👉 “¿Estoy ayudando realmente… o solo estoy metiendo más presión?”

La intensidad no siempre suma.

A veces, lo que el jugador necesita no es más adrenalina… sino claridad, calma y foco.

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La intensidad mal enfocada crea desequilibrios

Otra cosa que aprendí: cuando empujo siempre al mismo jugador, el resto lo nota.

Aunque no lo digan, pueden pensar que tengo favoritos, o que sólo valoro al que necesita más estímulo.

Y eso, sin darte cuenta, rompe el equilibrio emocional del grupo.

Así que este año he tomado una decisión distinta.


Mi nueva estrategia: que se motiven entre ellos

Quiero que mis jugadores se animen entre sí desde el vestuario.

Que el calentamiento sea ya una activación emocional, no solo física.

Quiero que la energía venga desde dentro, no desde fuera (o desde mí).

Porque si soy yo el que siempre aprieta, ellos se relajan.

Y se acostumbran a que la responsabilidad emocional es mía… cuando debería ser de todos.


La conexión no empieza en el minuto cinco

Este año, mi reto es conectar antes.

Que no tengan que esperar a entrar al campo para “meterse en el partido”.

Quiero que entiendan que el partido empieza cuando entran al vestuario.

Y que esa energía, ese foco, es suya.

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No todos los partidos te motivan igual… y está bien

He aprendido también que no todos los partidos me activan igual.

Hay días que me enciendo solo… y otros que me cuesta más.

Y eso no me hace peor entrenador. Me hace humano.

La clave está en saber cuándo tienes que liderar tú, y cuándo tienes que dejar que ellos tomen el control.

Y eso, créeme, se entrena.


En resumen

Motivar a tu equipo no es hablar más fuerte, ni estar más encima.

Es crear las condiciones para que ellos se motiven entre sí.

Y cuando eso pasa… no hay voz rota ni charla mágica que lo supere.

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